En un pequeño aeródromo de Curacaví, rodeado de colinas verdes, el rugido del motor rompe la tranquilidad del amanecer. El desafío está claro: cruzar los imponentes Andes y llegar a Mendoza, siguiendo la ruta de los antiguos pioneros de la aviación.

La historia cuenta que hace décadas, un intrépido aviador chileno intentó este vuelo con una aeronave básica, desafiando vientos impredecibles y altitudes extremas. Hoy, esa valentía se revive en cada piloto que se atreve a seguir sus pasos.

El viaje no es fácil. A medida que se asciende, las turbulencias se intensifican, y los picos nevados parecen acercarse demasiado. A lo lejos, un cóndor escolta el vuelo, como un guardián de estas montañas. Finalmente, Mendoza se asoma, bañada en luz dorada, ofreciendo su cálida bienvenida.

Este no es solo un vuelo; es una prueba de habilidad, resistencia y el espíritu indomable que caracteriza a quienes se atreven a cruzar los Andes.